jueves, 30 de octubre de 2008

El frontón de la secu.

Estudiaba la secundaria en la número 59 "Club de Leones". Ahí, uno de los deportes que más se practicaba era el frontón. Por lo menos, eso creo, casi todos los alumnos en algún momento tuvimos que jugar en las altas paredes verdes con raya amarilla. Jugábamos uno contra uno o por parejas. A la hora del recreo (había dos, pero el importante era el que duraba 15 minutos) salíamos disparados hacia las canchas para apropiarnos una de ellas. Al sonar el timbre, atravesábamos el salón, corríamos por los pasillos, bajábamos las escaleras brincando de dos en dos los peldaños de ésta y llegábamos hasta el patio grande donde a lo lejos divisábamos los paredones verdes. Corríamos con nuestra "pelota de esponja" en la mano. Cuando nos acercábamos a las canchas y, aún corriendo a todo pulmón, lánzabamos la pelota. Era impresionante ver cómo un gran número de ellas surcaban el cielo en dirección hacia las canchas, lo que daba la impresión de ser rocas lanzadas por catapultas medievales. La primera pelota que tocaba la pared de la cancha daba el derecho al propietario de aquélla de jugar en ésta los 15 minutos que duraba el descanso, obviamente con el grupo de amigos que generalmente era del salón. Los que no ganaban la cancha tenían que buscar otra actividad o suplicar que los dejaran retar.
La cancha más solicitada era la que se encontraba en el extremo izquierdo ya que contenía una pared lateral que integraba a esa cancha, lo cual hacía más atractivo el juego pues se utilizaba esa pared como aliada en el juego de frontón, obvio que se debía ser diestro en el uso de la "pared". Usábamos ambas manos para jugar aunque había algunos que no eran muy aptos con la izquierda. Sin embargo, los zurdos llevaban cierta ventaja pues manejaban ese lado como ningún otro y si ponías la pelota a modo sería, seguramente, un punto a favor para ellos.
Ayer volví a jugar, no frontón sino squash, que en esencia es lo mismo salvo que utilizas raqueta especial y no las manos. Y aunque no tiene nada de especial ir a jugar squash, lo característico es que los que jugamos ayer éramos los mismos que hace aproximadamente veintitantos años jugábamos frontón en esa escuela secundaria 59 "Club de Leones". La diferencia de aquellos años a los actuales es que no tenemos los mismos reflejos, la condición está por los suelos y, en mi caso, la cadera me chinga como si hubiera jugado rugby yo sólo contra mil. Es impresionante el paso de los años. Debo reconocer que la mayoría nos mantenemos en cierta condición deportiva óptima, hay pancita pero no bastante; sin embargo, los movimientos bruscos y sin un buen calentamiento, en mi caso, hacen estragos en mi espalda baja.
¡Ay qué tiempos aquéllos! daba igual caerte de lado izquierdo, derecho, de sentón, de espaldas, torcido, no te importaba agacharte, lanzarte, estirarte o hasta madrearte, siempre te sacudías la tierra, seguías en el juego y al día siguiente como si nada hubiera ocurrido. Y ahora... cómo me duele la espalda baja... Creo que me estoy haciendo viejo. Ni modo.

viernes, 24 de octubre de 2008

La granizada del '85




-¡Qué paisaje! Debo captarlo en mi cámara para recordarlo por siempre. -Fue lo primero que pensé-
-Es parecido a aquél que ví hace años.- Suspiré.
En septiembre de 1985, curiosamente el mismo mes y año del terremoto en la ciudad de México cayó una granizada por el centro de esta ciudad. Era lunes, aunque no recuerdo bien si el evento meteorológico ocurrió el 2 o el 9 de septiembre, sí puedo afirmar que iniciaba el mes y con él las clases en las escuelas secundarias.

Esa tarde varios amigos de la cuadra nos reunimos en la iglesia de la colonia. La verdad no éramos muy religiosos, pero como muchos de nosotros acudíamos al catecismo o a los acólitos e incluso algunos más a un coro musical, nuestros padres nos dejaban salir por las tardes con el engaño de que teníamos algún tipo de ensayo de esas actividades religiosas -Por suerte el padrecito Milanés (así se apellidaba) no era de esos pederastas, por el contrario era bastante buena onda-.

El motivo de la reunión fue la angustiante nostalgia que un niño "catorceañero" sentía por las vacaciones que habían terminado recientemente por lo que nos gustaba recordar esas grandes aventuras vividas en ese verano -aunque en una ciudad tan poblada y peligrosa como la ciudad de México es dificil afirmar lo anterior, en mi cuadra los niños de aquélla época nos podíamos divertir todavía sin temor alguno de sufrir los actos violentos de la inseguridad-.

De pronto, como a las cinco de la tarde, el cielo se nubló, se tornó de un gris intenso, algunos truenos retumbaron el firmamento y las aves callejeras emprendieron repentinamente su vuelo sabedoras de la tromba que venía.

Empezó a llover pero de inmediato esas gotas enormes cambiaron por granizo. Parecía que ni "la casa de Dios" iba a resistir. La gente que por ahí pasaba se refugió en la iglesia esperando, al igual que nosotros, que la lluvia pasara rápidamente. No obstante, la lluvia continuó, cada vez con mayor fuerza, como si el cielo se hubiera enojado y estuviera apedreando a todos los de abajo. No cesaba el granizo.

Generalmente, los amigos nos juntábamos en el patio de la iglesia y platicábamos en las bancas que estaban a las afueras o empezaban algunos a aprender a tocar guitarra y hacían sus pininos con variadas canciones populares. Ese día no fue así. Tuvimos que entrar al templo y platicar ahí en voz baja, sin cantar, sin decir malas palabras y es más sin hablar del sexo opuesto, por penita a que Diosito nos estuviera escuchando y nos mandara un trueno para que nos achicharrara en ese momento.

Pasaron alrededor de 2 horas. Cuando terminó nos asomamos a la calle y nos dimos cuenta de que era dificil retirarnos hacia nuestra casa pues todo estaba resbaloso y al pisar se hundían nuestros pies en la "nieve" que había dejado la granizada.

Mi padre tuvo que ir por nosotros. Al salir de la iglesia, me quedé atónito con ese paisaje que nunca en la vida había observado. Todo blanco: el suelo, los techos de las casas, las ventanas; todo con ese color blanco pureza.

Estaba maravillado pues ello sólo lo había imaginado con la lectura de diversos cuentos que me dejaban leer en la escuela.

Pensé que nunca vería nada igual. Por eso admiré por horas ese hermoso paisaje. Con la luz del alumbrado público parecía un pequeño pueblo de los alpes suizos. Esos que sólo viven en nuestra imaginación.

Años más tarde, viajé a Holanda. Tenía años que no nevaba en ese país. Y ahí, cientos de kilómetros de "mi cuadra" volví a tener esa dulce sensación de paz, tranquilidad y armonía que tuve cuando admiré el paisaje que dejó la granizada de septiembre de 1985. Pensé que nuca más volvería a vivir esa experiencia, pero no fue así. Y como no tuve en aquel 1985 la oportunidad de guardar ese recuerdo más que en mi memoria de mi cabezota, en esta oportunidad capté la imagen en la memoria de mi cámara para inmortalizarla en el baúl de mis recuerdos. Cuidemos nuestro mundo, en verdad es hermoso.

martes, 21 de octubre de 2008

El chismógrafo

Escuché en la radio que en internet había ciertas páginas que han traído algunos problemas a los jóvenes actuales y a sus progenitores y no necesariamente eran páginas con contenido porno. Son páginas con versiones de los entonces "chismógrafos". Esas páginas son la jaula e incluso el ligue, páginas que lejos de contener verdaderamente la naturaleza de los chismógrafos son más que para dejar basura de los alumnos ya que en verdad se balconean unos a otros y bien gacho.
Lo anterior me hizo recordar sobre las preguntas que en mi tiempo nos interesaban saber de las amigas(os). Y la verdad es que nada que ver.
Allá por los años ochentas, cuando estaba en la edad de la inocencia, amigos y amigas de la cuadra empezaron una onda muy fregona.
En un cuaderno nuevo (aunque en las familias de mis amigos como en la propia el "horno no estaba para bollos", nos valía madres y gastabamos el poco dinero que teníamos para comprar un cuaderno cuyo uso sería diverso al educativo), plasmaban las preguntas que a todos los de esa edad nos brincaban en la cabeza y que se dirigían a saber la vida, gustos y perversidades del que se animaba a contestarlas. Se le denominaba "el chismógrafo".
Realmente no sé si fue creación de aquella generación ochentera o si ya existían, pero nosotros creíamos que fue nuestro descubrimiento.
Había chismográfos de 10 hojas o 10 preguntas hasta de 100 o 200. Siempre la primera pregunta era escoger un símbolo o número en donde ponías tu nombre, obvio que tenía que estar desocupado pues si eras de los últimos tenías que conformarte con lo que te dejaban; además, el ser de los últimos significaba que te daban el chismógrafo porque faltaba algún númerito por ser llenado y pues de que se quedara en blanco mejor que lo contestara uno que otro insignificante del que nadie quería saber nada. En fin, ejemplo de este primer requerimiento era:
"Pon tu nombre completo en el número o signo que escojas.
1. Hugo Sánchez
2. Santiago Unhijo
3. Mari Juana.
4. (vacío para que alguien lo escogiera)
5. Juan Somohano Prestas
6. (vacío para que alguien lo escogiera)
LIBRA. Leticia Ornelas
GEMINIS. Chabelita Vargas
AMOR. Javier Solis Platas"
Cuando llegaba a tus manos el chismógrafo, lo primero que veías era si la niña(o) que te gustaba ya lo había contestado, qué signo o número había escogido y te ibas directamente a la pregunta reina del chismógrafo: ¿Quién te gusta de tu cuadra?.
Le rezabas a todos los santos para que tu nombre o dato de identificación apareciera ahí, en la letra bonita de la niña(o) que llenaba tus tardes de pensamientos payasos y aventuras estilo Robin Hood y Marian, o Candy y Anthony o Therry. Qué pérdida de tiempo.
No obstante había otras preguntas similares pero respecto de tu escuela; ejemplo ¿Cómo se llama la persona que te gusta de tu escuela?
Claro está que la respuesta que leías en ambas era determinante para tus aspiraciones sentimentales, pues si no era tu nombre el que ahí aparecía la desilusión era enorme. No obstante, podía esa persona no poner un nombre sino las iniciales de niño(a) que le gustaba e incluso hasta como haciéndola de suspenso ponía ciertos rasgos o signos que debías descifrar; verbigracia:
"¿Quén te gusta?
1. Me gusta Chabelita Vargas
2. Una niña de ojos dormilones que vive en una casa verde (???) y que tiene un "yabero" (no es error, lo que pasa es que a esa edad ya uno se daba cuenta de las faltotas de ortografía y falta de "agricultura" de varios) al que le cuelga la letra J.
...
GÉMINIS. Me gusta 1.
AMOR. Tú."
Con las respuestas ya sabías si estabas en el coranzocito de ese ser sin razón madura o si eras uno más de todos los insignificantes seres que pasan inadvertidos en la vida.
Y así continuaban más preguntas; quién era tu artista favorito, qué tipo de música escuchas, qué libros has leido (A esa edad obviamente muy pocos saben de lectura por lo que los hombres no ponían el mil chistes o SuperChiss, ni las mujeres el Vanidades o el Tele guía sino al igual que todos borregones poníanos "Un mundo feliz". No mames, a esa edad ni lo hubieramos entendido, jajaja.)
También estaban las preguntas sobre la edad, signo zodiacal, platillo favorito - hazme el chingao favor, a esa edad que madres vamos a saber de arte culinario porque habían respuestas muy mamucas que ni escribir lo sabían y menos pronunciarlo y que pensaban que era lo máximo: "French Toast" nada más de acordarme me orino de la risa-; en fin, más preguntas: quién es tu amor platónico; qué deportes practicas; qué marca de tenis o pantalones te gustan; cuál es tu color favorito; había también hojas en blanco para que escribieras lo que te diera la gana o hicieras un pinche dibujito. Incluso había personas que hacían sus chismógrafos (por lo regular las mujeres) donde dedicaban dos o tres hojas para que dejarás un recuerdo o una moneda.
Lo interesante es que las preguntas más atrevidas eran: Cuándo fue tu primer beso; con quién e incluso si ese beso fue tronadito o de lengüita.
Obvio que las mujeres siempre decían "tronadito" o las más persignadas "nunca he besado a alguien, lo reservo para mi amor verdadero" (no chingues, veíamos tanta pendejada romántica de aquellos años que por eso dicen que esa generación fue de las más frustradas pues siguen esperando muchos y muchas a su príncipe azúl y su cuento de hadas o a su amor de ensueño).
Lo cierto es que incluso con toda esa idiota forma de pensar tan "romántica", no llegábamos al extremo de chingar, sí, chingar a alguien mujer u hombre en la forma en que ahora se realiza mediante esas páginas de internet y el anonimato. Se dicen chismes fuertes y con tanta facilidad que pueden marcar la vida de un joven y llevarlo hasta el suicidio.
Tal vez no era por nuestra naturaleza bondadosa, creo que es por que antes no teníamos el acceso a lo que ahora se tiene: Más canales de televisión ya sea con Cable o Sky, celulares, internet, programas no aptos para ciertas mentes en horarios estelares, etc. etc.
Hasta dónde llegaremos. Qué tanto el desarrollo y la apertura de la tecnología y nuevos descubrimientos está de la mano del crecimiento humano. Creo que nos rebasó lo primero y nos estancamos en lo segundo. Si no nos respetamos nosotros qué le espera a la fauna y a la flora que comparte este mundo con nosotros. Qué le espera al propio mundo, que es nuestra casa en la vida.
Es simple y sencillo: Respetemos.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Qué onda con esta tecnología

Aún no sé qué hacer para que mi blog se pueda encontrar en el buscador de google. Repaso todas las pestañas que tenemos como herramientas y nada más no doy una.
Incluso me he metido a diversas páginas en internet para saber como publicar o que se vea mi blog en un buscador. Hice todo lo que me han dicho y no pasa nada.
He visto comentarios que advierten que hay blogs que tardan hasta meses en ser localizados por google.
En fin, llevo bastante tiempo de no jugar Gotcha, un deporte extremo que me gusta mucho. El próximo sábado varios compañeros de la maestría iremos al Ajusco a jugar y yo ya preparé mis cosas. El hecho es que al estar arreglando todo mi equipo me sentí como que no encajaba (no el equipo sino yo con la situación). Me sentí ridículo midiéndome mis guantes, los pantalones, revisando mi marcadora y lavando mi careta. Como que eso es para más chavos y no para un guey "treintayseisañero" llegando a los 37 -la próxima semana los cumplo-. Incluso mi esposa me dijo que dejará de hacer pendejadas (con otras palabras más sutiles por supuesto) y mejor ocupara el tiempo en algo de provecho.
Terminé de arreglar mis asuntos y pensé: Qué a toda madre que a mi edad sigo pensando en pendejadas y haciendo pendejadas. Me chingo toda la semana en un trabajo donde las falsas apariencias cuentan mucho y donde a una persona estudiada, culta y bien trajeada (obvio que yo cubro el perfil) lo tratan como a la persona más chingona del mundo, todos me dicen licenciado por aquí, licenciado por allá, etc. etc. Y es cuando me pongo a hacer estas pequeñas pendejadas cuando me siento más yo. Cuando en el campo de gotcha (o en el de futbol que también me gusta, o en el de entrenamiento con mi perra, que me apasiona) me tratan como a uno más, sin tanta lavia ni hipocresía, me siento libre, vivo y feliz.
Y es cuando me pregunto ¿porqué no me dedico a alguna de estas madres si es ahí donde me siento como pez en el agua?
No lo sé, tal vez me faltan tanates; tal vez la "calidad de vida" que llevo no la podría mantener con lo que ahí ganara. Y me pregunto también ¿cuántos gueyes habrá en el mundo o mejor dicho en México que hacen lo que realmente quieren?
Por eso, mis ratos libres son para hacer lo que realmente quiero. Así sean pendejadas como las del sábado próximo. Esas pendejadas que llenan tu vida de sabor y que realmente son las que siempre recuerdas con más nostalgía.
O alguien tiene mejores recuerdos de su oficina que de sus momentos sociales y familiares, no lo creo.
Por eso, este consejo les doy porque su amigo "el belo" soy: "A hacer pendejadas -sin dañar a nadie- tengan la edad que tengan, porque de esos pequeños detalles estan hechos los grandes y felices momentos de parte de nuestra vida".

lunes, 13 de octubre de 2008

¿Hay algo más vergonzoso que un amor infantil?

Habrá algo más vergonzoso para un niño de sexto grado que sus amigos le digan a la niña de la que aquél vive enamorado sus sentimientos amorosos hacia ella. Creo que no, o al menos eso pensaba.

Cuando tienes entre 10 y 11 años empiezas a sentir con mayor fuerza un gusto raro por el sexo opuesto –bueno tal vez algunos ya sienten ese gusto pero por los de su mismo sexo-.

Yo acudía a una primaria de gobierno. En el salón cotigüo estaban nuestros más acérrimos rivales y enemigos. Ellos tenían finta de ser mayores que nosotros, de ser mañosos y por lo mismo los veíamos hasta mugrosos. Bueno esa era nuestra percepción por la rivalidad existente.

Lo cierto es que también tenían en su salón a la niña más bonita –por lo menos para mi- de toda la escuela: Claudia.

Desde mi perspectiva, su arma de atracción eran sus ojos, o su mirada, o ambas. No eran grandes como la mayoría de las canciones dice o los poemas rezan, por el contrario sus ojos eran más bien adormilados que hacían juego perfecto con el resto de su blanco rostro, y que remataba con su pelo lacio negro y por debajo de los hombros.

Como era la más bonita de la escuela, Claudia siempre iba rodeada de cuatro amigas como mínimo que, además, como es costumbre estas amigas son payasas, necias, intolerantes y obvio feas. Dos se ponían de su lado derecho y dos más del lado izquierdo. Parecía que la cuidaban mucho y creo que así era pues no era para menos, ya que sabían que la niña a la que iban flanqueando era su preciado tesoro y un fuerte imán, porque por ella conocían a los niños que ésta rechazaba. Como quien dice: eran platos de segunda mesa.

Para acercarse a Claudia tenías que pasar por la muralla de las cuatro niñas feas y odiosas. Nunca estaba sola. Si por algún motivo no se encontraba rodeada de los monstruos guardianes, era porque algún buen mozo –niño bien parecido, deportista y mayor que todos nosotros- había logrado que Claudia ordenara a su sequito de brujas que le dejara sola para platicar con él.

Además del cuarteto de feas, debías poner especial atención a otra piedrita en el zapato: su hermano menor. Éste era de los tipos de cara dura e incluso apodaban “el elotes” -porque tenía cara alargada que con su cabello chino parecía un verdadero maizal-. Siempre vigilaba a su hermana el muy celoso y estaba atento de que no se le acercara ningún “clasemediero” o “pobretón” como alguno de nosotros pues el muy desgraciado siempre iba acompañado de varios animalotes para defender a su hermana de cualquier indigno y apestoso alumno.

Cierto día, los integrantes de mi grupillo de amigos “nos sinceramos” en cuanto a sentimientos hacia las niñas; se me ocurrió confesar que para mí Claudia era el contenido de mis sueños, mi primer pensamiento matutino, la musa de mis poemas y demás idioteces que uno puede pensar sólo cuando siente estar enamorado, especialmente en esa edad. En pocas palabras, la que me traía de un ala.

Ni tardos ni perezosos, inmediatamente después de ir a recreo me empezaron a animar para que le abriera mi corazón y le volcara todo ese sentimiento romántico que fluía en mí. Yo, como era de esperarse, me negué y estaba a punto de llorar –o de hacerme de la pipi y hasta de la popó- ante tanta presión de ellos. Pensaba que no podía ni debía declararle mi amor por ella pues era simplemente inalcanzable. Sería un insulto a su belleza – pasó por mi mente-. Me preguntaba cómo se iba a fijar en un escuincle tan insignificante como yo cuando la había visto acompañada en diversas ocasiones de unos tipos que por lo menos de estatura y complexión física eran más grandes, más fuertes y más rápidos que yo. Incluso, algunos eran los “atletas” de la escuela, esos que ganaban todo y en todo. Definitivamente no lo iba a hacer.

Pero no contaba con la astucia de mis “cuates” esos que están en las buenas y en las malas, pero en las “malas” sólo para joder más el amargo momento no para ayudar ni dar una palmadita en la espalda de ánimo.

Tal cuales luchadores del bando “rudo” o peor aun como perros esqueléticos ante un pedazo de carne, se avalanzaron ante mí, me sujetaron de pies y manos y cargándome me llevaron, cuando estaba a punto de terminar el recreo, ante la presencia de “su majestad” Claudia. Me tenían tan bien agarrado los desgraciados que ni la cabeza podía elevar para mirarla a los ojos y observar el seguro gesto de “fuchi” que habrá puesto cuando me llevaron -como “puerco a la carnicería” o “perro muerto al basurero” - ante sus pies.

Mis camaradas se plantaron en frente de ella y sus amigas y le dijeron que yo le quería decir algo, obviamente yo estaba forcejeando sin lograr zafarme y diciendo a gritos que ¡no era cierto!. Ante la desesperación por soltarme quedé en una posición peor, con la ropa toda movida y con los pantalones levantados en la bastilla, lo que permitió que no sólo yo me diera cuenta de mi metrosexual forma de vestir con una combinación de colores que cualquier diseñador de modas envidiaría, sino que mis amigos y por supuesto Claudia y sus compinches observaron que llevaba unos malditos calcetines: rojo carmín.

- Trágame tierra; Dios no me castigues ni me abochornes más, por lo menos baja un poco mi pantalón para tapar mis calcetines- era lo único que pasaba por mi pensamiento.

Mis amigos le dijeron que yo estaba muy enamorado de ella y que quería ser su novio y todo un rollo romántico “hollywoodense” de lo que yo les había platicado que sentía por Claudia.

A lo cual, esbozando una linda sonrisa y llevando su mirada por todo lo largo de mi cuerpo, cual escáner de oficina, dijo con su hermosa mirada clavada en mis calcetines:

- Hay que lindo, pero no es mi tipo… mi tipo no es tan moderno en su forma de vestir.- Y soltó la carcajada junto con las brujas que la acompañaban.

Por suerte la campana que avisaba la conclusión del recreo se hizo sonar. Todos corrieron a sus salones. Excepto Claudia y yo.

Por alguna razón que aun no comprendo ella se quedó parada mirando cómo, después de ese bochornoso momento, peinaba mi cabello, metía mi camisa al pantalón y medio planchaba lo arrugado de éste y del suéter con mis manos.

Estuvimos frente a frente; un instante, unos segundos, todo paralizado a mi alrededor. Me quedé helado pues pensé que iba a soltar otra frase despectiva, el tiro de gracia.

Pero, por el contrario, me miró, sonrió, me guiñó un ojo y sin esbozar palabra alguna se retiró a su salón con la seguridad de una diva.

Aun no sé que pasó en ese instante. Tal vez le gustó el detalle de mis amigos y como no me pudo ver con claridad la cara quiso saber quién era el “intrepido, atrevido y osado” niño que llevaban cargando; tal vez sólo sintió lástima de mí y quiso reanimarme un poco con su actitud.

Aún no lo sé, e imagino que muy en el fondo, tal vez, la conquistó la franqueza de mis ojos y la nobleza de mi corazón … tal vez….

Ese día supe que sí había algo más vergonzoso en la vida que el hecho de que a esa edad Claudia supiera mi gusto hacia ella… y sí, efectivamente lo más vergonzoso fue ¡Que viera mis calcetines rojos, combinados con mi uniforme azul marino y mis zapatos negros! Qué horror, nunca los volví a usar.

Hasta que entré a la secundaria y los necesitaba para conquistar otro corazón…

jueves, 9 de octubre de 2008

Mi primer recuerdo

Desde pequeño, como todos, tuve que recordar cosas importantes. Desde lo básico como no meter algún dedo al orificio de los contactos de luz hasta el que le debía decir tía a dos tías que no eran ni mis tías.
Tuve que aprender a leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir aunque esto último no se me dio pues a la fecha prefiero usar la calculadora.
Aprendí incluso a rezar, gracias a la ayuda de mi abuela paterna. Luego el aprendizaje se fue haciendo más técnico ya que aprendí a nadar, a tocar órgano (aparato musical y no del otro),
y hasta para hacer unos ricos huevos estrellados o revueltos. Aprendí a adiestrar perros. Aprendí la "ciencia del derecho" y hasta aprendí a tolerar a mis jefes.
Obvio que de todo lo anterior, lo que más me apasionó fue aprender a entender a los perros (entiéndase en el estricto sentido de la palabra y no asemejarse a ningún otro concepto).
Incluso cuando entré a trabajar (hace ya varios años) aprendí a medio manejar la computadora, claro que ahora ya estoy muy familiarizado con ella (bueno eso creo).
Lo que no puedo aprender tan fácilmente es porqué debemos recordar tantas contraseñas (o será que aún no estoy tan familiarizado con la compu?
En fin, en este primer día con mi blog, mi primer recuerdo será... la contraseña de mi nuevo blog.
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Una mirada a la vida

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A través de la memoria