Estudiaba la secundaria en la número 59 "Club de Leones". Ahí, uno de los deportes que más se practicaba era el frontón. Por lo menos, eso creo, casi todos los alumnos en algún momento tuvimos que jugar en las altas paredes verdes con raya amarilla. Jugábamos uno contra uno o por parejas. A la hora del recreo (había dos, pero el importante era el que duraba 15 minutos) salíamos disparados hacia las canchas para apropiarnos una de ellas. Al sonar el timbre, atravesábamos el salón, corríamos por los pasillos, bajábamos las escaleras brincando de dos en dos los peldaños de ésta y llegábamos hasta el patio grande donde a lo lejos divisábamos los paredones verdes. Corríamos con nuestra "pelota de esponja" en la mano. Cuando nos acercábamos a las canchas y, aún corriendo a todo pulmón, lánzabamos la pelota. Era impresionante ver cómo un gran número de ellas surcaban el cielo en dirección hacia las canchas, lo que daba la impresión de ser rocas lanzadas por catapultas medievales. La primera pelota que tocaba la pared de la cancha daba el derecho al propietario de aquélla de jugar en ésta los 15 minutos que duraba el descanso, obviamente con el grupo de amigos que generalmente era del salón. Los que no ganaban la cancha tenían que buscar otra actividad o suplicar que los dejaran retar.
La cancha más solicitada era la que se encontraba en el extremo izquierdo ya que contenía una pared lateral que integraba a esa cancha, lo cual hacía más atractivo el juego pues se utilizaba esa pared como aliada en el juego de frontón, obvio que se debía ser diestro en el uso de la "pared". Usábamos ambas manos para jugar aunque había algunos que no eran muy aptos con la izquierda. Sin embargo, los zurdos llevaban cierta ventaja pues manejaban ese lado como ningún otro y si ponías la pelota a modo sería, seguramente, un punto a favor para ellos.
Ayer volví a jugar, no frontón sino squash, que en esencia es lo mismo salvo que utilizas raqueta especial y no las manos. Y aunque no tiene nada de especial ir a jugar squash, lo característico es que los que jugamos ayer éramos los mismos que hace aproximadamente veintitantos años jugábamos frontón en esa escuela secundaria 59 "Club de Leones". La diferencia de aquellos años a los actuales es que no tenemos los mismos reflejos, la condición está por los suelos y, en mi caso, la cadera me chinga como si hubiera jugado rugby yo sólo contra mil. Es impresionante el paso de los años. Debo reconocer que la mayoría nos mantenemos en cierta condición deportiva óptima, hay pancita pero no bastante; sin embargo, los movimientos bruscos y sin un buen calentamiento, en mi caso, hacen estragos en mi espalda baja.
¡Ay qué tiempos aquéllos! daba igual caerte de lado izquierdo, derecho, de sentón, de espaldas, torcido, no te importaba agacharte, lanzarte, estirarte o hasta madrearte, siempre te sacudías la tierra, seguías en el juego y al día siguiente como si nada hubiera ocurrido. Y ahora... cómo me duele la espalda baja... Creo que me estoy haciendo viejo. Ni modo.
La cancha más solicitada era la que se encontraba en el extremo izquierdo ya que contenía una pared lateral que integraba a esa cancha, lo cual hacía más atractivo el juego pues se utilizaba esa pared como aliada en el juego de frontón, obvio que se debía ser diestro en el uso de la "pared". Usábamos ambas manos para jugar aunque había algunos que no eran muy aptos con la izquierda. Sin embargo, los zurdos llevaban cierta ventaja pues manejaban ese lado como ningún otro y si ponías la pelota a modo sería, seguramente, un punto a favor para ellos.
Ayer volví a jugar, no frontón sino squash, que en esencia es lo mismo salvo que utilizas raqueta especial y no las manos. Y aunque no tiene nada de especial ir a jugar squash, lo característico es que los que jugamos ayer éramos los mismos que hace aproximadamente veintitantos años jugábamos frontón en esa escuela secundaria 59 "Club de Leones". La diferencia de aquellos años a los actuales es que no tenemos los mismos reflejos, la condición está por los suelos y, en mi caso, la cadera me chinga como si hubiera jugado rugby yo sólo contra mil. Es impresionante el paso de los años. Debo reconocer que la mayoría nos mantenemos en cierta condición deportiva óptima, hay pancita pero no bastante; sin embargo, los movimientos bruscos y sin un buen calentamiento, en mi caso, hacen estragos en mi espalda baja.
¡Ay qué tiempos aquéllos! daba igual caerte de lado izquierdo, derecho, de sentón, de espaldas, torcido, no te importaba agacharte, lanzarte, estirarte o hasta madrearte, siempre te sacudías la tierra, seguías en el juego y al día siguiente como si nada hubiera ocurrido. Y ahora... cómo me duele la espalda baja... Creo que me estoy haciendo viejo. Ni modo.
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