Dicen que los deseos se cumplen. Por eso, hay que pensar y cuidar qué se desea. Cuando era niño, me emocionaba ir a la playa. Desde un día antes, preparaba mi maleta con toda la vestimenta propia de un lugar playero. La playa favorita: Acapulco. Mi papá nos levantaba muy temprano para salir, a más tardar a las 5:00 am -en aquel entonces el viaje desde el DF era de aproximadamente 7 horas-. Mi mamá preparaba algo para desayunar en el camino.
Cuando terminaba la vacación llegaba a mi un sentimiento de melancolía. No me quería ir de la playa, incluso imaginaba lo hermoso que sería vivir en Acapulco.
De joven ocurría lo mismo. Viajaba seguido a Acapulco con mis amigos y todos coincidíamos en lo lindo que sería vivir en el puerto. Claro, siempre pensamos como turistas. Incluso, cuando en la tele veía vídeos de Luis Miguel u otros cantantes que grababan en Acapulco, o cuando miraba por tele el festival Acapulco o cualquier otro evento relacionado con esta ciudad, suspiraba profundamente. Cuánto deseaba vivir en Acapulco.
Y se me cumplió. Ya voy a cumplir, a mediados de septiembre, 2 años aquí, en Acapulco. No me quejo, pero dista mucho una ilusión que una realidad. Prefiero haber vivido siempre con la ilusión, con esa intriga de cómo hubiera sido.
Claro que hoy añoro el Acapulco de antes, el de mi niñez y juventud, el que veía como el paraíso donde sólo las estrellas podían vivir. Pero ese Acapulco ya no existe, por lo menos ya no en mi ilusión. Vivo aquí y curiosamente extraño al Acapulco que tanto suspiré.
Cuidado con los deseos porque en verdad se cumplen. Si no, pregúntenle a un servidor.