21 de octubre de 2059.
Después de la exquisita comida, un poco de plática y algo de bebida, abandoné la sala de la casa donde estaban los invitados para subir, lentamente, al cuarto donde paso largas horas reposando. Al cuestionarme a dónde iba, les dije que era hora de mi descanso. Era una tarde soleada, hermosa, característica de las del mes de octubre.
Al llegar a esa habitación recordé que este día lo había sentido especial. Desde en la mañana me desperté sin el dolor de espalda que me había aquejado desde más de cincuenta años y que me despertaba todas las mañanas. Ese día no estuvo más.
Desde muy temprano me sentí muy relajado, con una tranquilidad inexplicable. En la tarde degusté la comida y tomé 3 caballitos de tequila, desobedeciendo, por fin, a mi doctor. Me sentí bastante liberado. Ahora es hora de descansar por fin. –Me dije alegremente.
Pasé al baño dado que mi vejiga vieja empezaba, apenas, a darme pequeños problemas. -Salí a mi padre y a mi abuela de sanotes.- Pensé al momento. Al salir del baño tomé asiento en el viejo sillón que tanto me agradaba. Saqué de la bolsa de la camisa mis lentes, los abrí y me los acomodé en la cara para ver mejor las fotografías de mi vida que guardaba en mi viejo álbum digital personal, el cual no era compatible con otros formatos modernos de archivo de fotos. Con torpeza y lentitud para no equivocarme dado el temblor de mis manos, propio de la edad, digito mi número personal de acceso.
De entre las fotos surgen aquellas de mis padres junto a mis hermanos en distintas épocas y lugares: la playa, las reuniones familiares, los viajes. Veo con alegría y suspirando de emoción y nostalgia, desde mi infancia hasta mi vejez. Reflexiono sobre lo rápido que se fueron estos 88 años y pienso que fui muy afortunado al repasar las fotos, esas de cuando mi mamá me vestía de charrito para los bailables de 10 de mayo; mi titulación de licenciatura y de maestría; mi protesta al cargo de Juez; mi boda con mi amada esposa Busi; mi primer y único hijo; la boda de éste y el nacimiento de mis nietos; las bodas de mis hermanos; mis suegros con sus comidas en la terraza de su casa; todos mis amigos y los momentos más increíbles que pasé con cada uno de ellos; aquélla perra Leslie que tanto quise hace más de 50 años y con la que aprendí a cuidar a un ser vivo; de mi primera casa; de mi hijo y su esposa; de los hijos de mis hermanos; de todo lo que he vivido en la vida. Al estar repasando las páginas de la memoria de mi historia derramo una lágrima; me lleno de recuerdos de muchas personas y de las vivencias con ellas; empiezo a sentirme aún más nostálgico y melancólico.
En una última reflexión pienso que fui feliz, muy feliz; tal vez más de lo que hubiera querido pues ahora extraño tanto a todos y a todo. Se ha ido poco a poco la vida y a la vez muy rápido y con ella los seres que amé: abuelos, padres, suegros, dos hermanos, algunos o casi todos mis amigos, mi perra; muchas personas que compartieron la vida conmigo y que en su momento dejaron consejos y enseñanzas que me sirvieron para hacer más llevadera mi vida.
Cierro los ojos y empiezo a sentir un frío intenso que recorre todo mi cuerpo con cada recuerdo que viene a mi memoria, sé que es hora de descansar, por fin, ya que empiezo a sentirme tan distinto y tan distante de esta vida a la cual ya no pertenezco, la mía quedó atrás, la rebasé. Siempre quise llegar a viejo, en realidad lo anhelaba aunque nunca pensé lograrlo, pues siempre viví con miedos y con angustias, sí fui feliz pero aún así siento que no viví como tenía que hacerlo. No obstante me siento satisfecho. Ahora sólo me resta descansar.
Espera ¿Piensas descansar sólo? – Se escucha una voz en la entrada de la habitación.
Este, es que yo…- traté de responder.
Durante años hemos descansado juntos, no me excluyas de este momento, fue nuestra ilusión dormir juntos hasta el último momento, ¿no lo recuerdas?- Me interrumpió su voz, entrecortada y cansada por la edad.
¿Sabes? Gracias por compartir tu vida conmigo, por llenarla de amor, te amo como el primer día. Le dije a mi esposa Busi que se acomodaba en nuestro viejo sillón y recargaba su cabeza en mi pecho.
Y yo a ti - y con un beso cerramos nuestros ojos ese día, el día de mi cumpleaños 88.
Sólo sentimos como nuestros dos nietos, nuestro hijo y nuestra nuera, nos taparon del frío acomodándonos la frazada que se había deslizado por nuestras piernas hasta caer, suavemente, al suelo.
1 comentario:
Puedes escribir en mi blog cuantas veces quieras y extenderte lo que quieras.
Me gustó mucho tu relato. Muy romántico. Prefecto.
Un saludo y felicidades.
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